Comentario del Evangelio del día 17 de agosto de 2024

Fecha

17 Ago 2024
Finalizdo!

Para la mayoría de los seres humanos medianamente sanos de mente y corazón, resulta natural la  sonrisa cuando vemos a un bebé o a un niño pequeño. Un sobrino mío, al que alguna vez me tocó pasear o llevar al parque, se mostraba desconcertado y perplejo si su sonrisa, que dirigía a cualquiera que encontrasemos al paso, no era correspondida. Cuando empezó a hablar, saludaba a todo el mundo y si no había respuesta, insistía, tal vez suponiendo que no lo habían oído…

La escena de Jesús rodeado de niños que nos relatan los evangelios, leída ahora, resulta simpática y familiar; nos presenta a un adulto reaccionando ante ellos como uno de esos seres humanos “medianamente sanos”. Bien sabemos que Jesucristo es bastant más: es el más perfecto hijo del hombre. Los padres le presentan a sus hijos intuyendo que en Él hay bendición y salud. Y los discípulos se equivocan. Creen que los socialmente irrelevantes como lo eran los menores en aquel tiempo y lugar, representan un estorbo y el Maestro no debe perder el tiempo con ellos.

Ya hemos visto recientemente, en otro pasaje del relato de Mateo, que Jesús los amonesta y les explica que los ángeles de esos niños están viendo la gloria de Dios. Un pequeño de esos adquiere una dignidad impensable, es propietario del reino de los cielos. Es más, hay que hacerse como uno de ellos para entrar en el reino. Hacerse niño consiste en asombrarse ante la maravilla de la vida y confiar en los brazos amorosos de quien nos sostiene y cuida.

Estiman algunos escrituristas que todos los Salmos se refieren a Jesús. Él, que conocía perfectamente la Escritura, los recitaría con frecuencia. Este relato evangélico de la liturgia de hoy me lleva al Salmo 130: Señor, mi corazón no es ambicioso, / ni mis ojos altaneros; / no pretendo grandezas / que superan mi capacidad. Sino que acallo y modero mis deseos, / como un niño en brazos de su madre; / como un niño saciado / así está mi alma dentro de mí. Espere Israel en el Señor ahora y por siempre.

Virginia Fernández

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