Liturgia Viva – Miércoles de la II Semana de Pascua
No condenar, sino salvar
(Hch 5,17-26; Jn 3,16-21)
Introducción
Dios envió a su único Hijo al mundo para salvarnos. Salvación. ¿Tenemos necesidad de salvación? Nos hemos vuelto tan autosuficientes y orgullosos de nuestras realizaciones y logros humanos, que con frecuencia pensamos que la salvación pertenece a otro mundo – no al nuestro. Pero cuando, en nuestros momentos de sensatez, nos sentamos a reflexionar, tenemos que afrontar realidades más profundas: ¿De qué logros se trata? ¿Para qué sirven? ¿Nos han hecho más felices? ¿Hemos transformado el mundo en un lugar mejor para vivir? Y entonces nos damos cuenta de que no podemos hacerlo solos. Necesitamos salvarnos – de nosotros mismos, de nuestros logros, de nuestro así llamado progreso… Y por eso nos volvemos agradecidos a Jesús, que es no sólo un “hombre-para-los-demás”, sino además es Hijo de Dios, que está con nosotros, y que todavía puede sacarnos del desastre y confusión que hemos producido y en los que estamos metidos.
Oración Colecta
Tú amaste tanto al mundo -es decir a nosotros-
que nos diste a tu único Hijo
para liberarnos de nosotros mismos
y para darnos vida eterna.
No nos condenes, Señor;
no nos abandones a nuestra suerte
y a nuestros pequeños y ridículos esquemas humanos,
sino danos a tu Hijo para que permanezca con nosotros
y para que haga que el amor, la justicia y la paz
lleguen a ser realidades siempre nuevas entre nosotros,
tu pueblo renacido por el bautismo en tu Hijo,
Jesucristo, nuestro Señor.
Intenciones
- Para que la Iglesia, igual que Dios Padre, ame tanto al mundo que dé a conocer a Jesús a todos, y lo entregue, como don salvador, a todos los pueblos, cercanos y lejanos, roguemos al Señor.
- Para que aquellos que no pueden creer en Dios porque la vida les es muy difícil, perciban el amor de Dios reflejado en gente buena, humilde, acogedora y cercana, roguemos al Señor.
- Para que no condenemos a nadie, sino que aceptemos a las personas de la misma forma como Dios las acepta, roguemos al Señor.
Oración sobre las Ofrendas
Igual como tu Hijo Jesús está aquí presente
y se da a sí mismo a nosotros
en este banquete de la eucaristía,
que también esté él presente en nuestras vidas
y dé sentido a todo lo que hacemos.
Que aprendamos de él
a hacer lo que seríamos incapaces de hacer
sólo por nosotros mismos, dejados a nuestra suerte:
como olvidar ofensas y perdonar a nuestros enemigos.
ser pacientes con los que no nos comprenden,
llevar libertad a los que no la aprecian.
Que Jesús trabaje todo esto en nosotros
porque él es nuestro Señor y Salvador
por los siglos de los siglos.
Oración después de la Comunión
Tú oyes los gritos y el llanto de los pobres;
tú enviaste a tu Hijo al mundo
no para condenarlo, sino para salvarlo.
Danos fuerza, no para condenar,
sino para edificar;
no para juzgar, sino para sanar y ayudar,
no para maldecir, sino para bendecir.
Y cuando nuestros torpes esfuerzos nos fallen,
recuérdanos que tu Hijo permanece aquí con nosotros
y que él puede hacer las cosas
-aun por medio de nosotros-
mejor de lo que nunca nos atreveríamos a esperar.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.
Bendición