La pandemia que estamos sufriendo, entre otras muchas cosas, nos mete por los ojos la fragilidad de nuestra condición humana personal, social y política. Pone palmariamente de manifiesto las heridas más hondas de nuestra condición humanas: su finitud y contingencia. El número de contagios y de muertes nos muestra insistentemente cada día que estamos amenazados de muerte, que nuestros seres más queridos pueden ser los enemigos de nuestra vida. Se generaliza la sospecha de que incluso el más cercano puede ser un “apestado”.
