Un joven inquieto se presentó a un sacerdote y le dijo: -Busco a Dios. El ‘reverendo le echó un sermón, que el joven escuchó con paciencia.

Un joven inquieto se presentó a un sacerdote y le dijo: -Busco a Dios. El ‘reverendo le echó un sermón, que el joven escuchó con paciencia.
-Soy lo más importante -dijo el fuego-; sin mí, todos morirían de frío. -Lo siento -intervino el agua-, pero lo más importante soy yo; sin mí todos moriría de sed.
Una tras otra, se escuchaban las oraciones de los monjes: «Señor, te pido», «Señor, te pido», «Señor, te pido».
Para recibir la Palabra de Dios hay que escucharla. Y escuchar no es lo mismo que oír, ni siquiera, que oír con atención, es mucho más.
En cierta ocasión un joven novicio preguntó al Abad si había posibilidad de conocer a Jesucristo por dentro. El Abad se limitó a abrir la Biblia delante de él.
Ahora vamos a rezar. Cada uno de vosotros hará una oración que tenga como máximo una palabra.
La página solicitada no pudo encontrarse. Trate de perfeccionar su búsqueda o utilice la navegación para localizar la entrada.