Si la maternidad de María respecto de los hombres ya había sido delineada preceden temente, ahora junto a la cruz es precisada y establecida claramente; ella emerge de la definitiva maduración del misterio pascual del Redentor. La madre de Cristo, encontrándose en el campo directo de este misterio que abarca a todo hombre, es entregada al hombre —a cada uno y a todos— como madre (RM, 23).
