En el exilio

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Como cristianos, creemos que llevamos la imagen de Dios en nosotros y esta es nuestra más profunda realidad. Hemos sido creados a imagen de Dios. Pero concebimos esta imagen de una forma demasiado ingenua, romantica y piadosa. Imaginamos que en algún lugar dentro de nosotros hay un bello icono de Dios estampado en nuestras almas. Puede ser, pero Dios, tal y como afirma la Escritura, es más que un icono. Dios es fuego -libre, infinito, inefable, incontenible. (Ron Rolheiser, OMI)
De san Tarsicio a la revista People: nuestra evolución en admiración e imitación.

De san Tarsicio a la revista People: nuestra evolución en admiración e imitación.

Cuando yo era un niño que crecía en una comunidad católica, la catequesis de entonces trataba de animar los corazones de los jóvenes con historias de mártires, santos y otros que vivieron grandes ideales en términos de virtud y fe. Recuerdo una historia en particular que captó mi imaginación y me animó: la historia de un mártir cristiano del siglo tercero, san Tarsicio.

Nuestras heridas, nuestros dones y nuestro poder de curar a otros

Nuestras heridas, nuestros dones y nuestro poder de curar a otros

Hace cerca de cincuenta años, Henri Nouwen escribió un libro titulado The Wounder Healer (El sanador herido). Su acogida constituyó su reputación como único mentor espiritual, y a continuación llegó a ser uno de los escritores espirituales más influyentes del pasado medio siglo.

Invitación a la madurez – Llorando sobre Jerusalén

Invitación a la madurez – Llorando sobre Jerusalén

La madurez tiene varios niveles. La madurez básica se define como haber superado esencialmente el egoísmo instintivo con el que nacimos, de modo que nuestra motivación y acciones sean ahora determinadas por las necesidades de los demás y no sólo por las propias nuestras.

¿Puede la tierra gritar?

¿Puede la tierra gritar?

¿La tierra siente dolor? ¿Puede gemir y gritar a Dios? ¿Puede la tierra maldecirnos por nuestros crímenes? Parecería que sí, y no sólo porque lo dicen los ecologistas, los moralistas y el Papa Francisco. La misma Escritura parece decirlo.

La ley de la gravedad y el Espíritu Santo

La ley de la gravedad y el Espíritu Santo

Dios está cargado eróticamente y el mundo está dolorosamente apasionado; de ahí que se abracen uno a otro en mutua atracción y filiación. El filósofo judío Martin Buber hizo esa afirmación, y aunque parece repetir perfectamente una frase del párrafo inicial de la autobiografía de san Agustín (“Nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti”) insinúa algo más.

¿Por qué permanecer en la Iglesia?

¿Por qué permanecer en la Iglesia?

Hace varias semanas, después de dar una charla en una asamblea religiosa, la primera pregunta de la audiencia fue esta: ¿Cómo puedes seguir permaneciendo en una Iglesia que tuvo una parte tan importante en la creación y mantenimiento de escuelas residenciales para la colectividad indígena de Canadá? ¿Cómo puedes permanecer en una Iglesia que hizo eso?

¿Qué hay en el rostro de Dios?

¿Qué hay en el rostro de Dios?

Rezamos estas palabras con sinceridad. ¿Alguna vez las decimos verdaderamente a conciencia? ¿Podemos decir honradamente que las angustias que nos impulsan a arrodillarnos son un anhelo de ver a Dios?

Alegría: una señal de Dios

Alegría: una señal de Dios

Sólo existe una verdadera tristeza: ¡no ser santo! El novelista, filósofo y ensayista francés Léon Bloy acaba su novela La mujer pobre con esa frase tan citada. He aquí una cita de Léon Bloy menos conocida que nos ayuda a entender por qué hay tal tristeza en no ser santo. La alegría  es una señal segura de la vida de Dios en el alma.

¿Qué me está pidiendo el amor ahora?

¿Qué me está pidiendo el amor ahora?

Hace varios años, una compañera mía sufrió una aplastante decepción. Su tentación instintiva se orientó hacia la ira, hacia el cierre de una serie de puertas y retirarse. En vez de eso, herida en el espíritu, se hizo la pregunta: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?

Una Plegaria Eucarística

Una Plegaria Eucarística

Siendo seminarista, un verano tuve el privilegio de asistir a un curso dirigido por el renombrado liturgista Godfrey Diekmann. Esto fue en aquel atrevido tiempo poco después del Vaticano II, cuando estaba muy de moda mirar con recelo las oraciones rituales prescritas y escribir las tuyas propias.