En el exilio
Hijos del cielo y de la tierra
“A falta del celo espiritual y de la sublime pureza de tus santos, me has dado, Dios mío, una simpatía irresistible por todo lo que se mueve en la materia oscura. Me reconozco al punto como un hijo de la tierra más que como un vástago del cielo”
Sanación – una teoría
Todos vivimos con heridas, malos hábitos, adicciones y defectos temperamentales que están tan profundamente y largamente arraigados que pudiera parecer que son parte de nuestra marca genética. Y así tendemos a vivirlos con una especie de desesperación tranquila en términos de estar algún día curados de ellos.
El valor y el poder del ritual
Hoy ya no entendemos el valor y el poder del ritual. Eso es más que una pérdida individual. Es el aire cultural que respiramos. En palabras de Robert L. Moore, hemos andado ritualmente “duros de oído”. Los efectos de esto se pueden ver por todas partes.
El Dios de nuestros deseos
Lo que descansa más profundo dentro de la fe auténtica es la verdad de que Dios es el objeto de todo deseo humano, sin importar qué terreno y pecaminoso pudiera a veces parecer ese deseo. Esto implica que todo lo que deseamos se contiene en Dios.
El complejo de héroe
Hace varios años, la película Argo ganó el premio de la Academia como la mejor película del año. Gocé de la película en lo que fue un buen drama, drama que mantenía a su audiencia en verdadero suspense aun cuando proporcionaba algo de humor y bromas de manera discreta. Pero no estuve de acuerdo con varios aspectos del film.
Lo mejor que uno puede hacer en ciertas circunstancias
Recientemente, dirigí un retiro de una semana para sesenta personas en un centro de renovación. En conjunto, fue muy bien, aunque idealmente pudo haber ido mejor. Podría haber ido mejor si, previamente al retiro, hubiera tenido más tiempo para prepararlo y más tiempo para descansar, de modo que hubiera llegado al retiro bien descansado, lleno de energía y capaz de dar a este grupo mi total e indivisa atención durante siete días.
De ganadores y perdedores
Nuestra sociedad tiende a dividirnos en ganadores y perdedores. Desgraciadamente, no reflexionamos con frecuencia sobre la manera como afecta esto a nuestras relaciones mutuas ni lo que significa para nosotros como cristianos.
Acoger al forastero
En las Escrituras Hebreas, esa parte de la biblia que llamamos el Antiguo Testamento, encontramos un fuerte desafío religioso a acoger al forastero, al extranjero. Esto fue recalcado por dos razones: Primera, porque, en otro tiempo, el pueblo judío mismo había sido extranjero e inmigrante. Sus escrituras continuaron recordándoles que no olvidaran eso. Segunda, ellos creían que la revelación de Dios, casi siempre, nos viene a través del forastero, en lo que es foráneo a nosotros. Esa creencia era integrante de su fe.
Moralización amargada
Uno de los peligros inherentes a intentar pasar toda una vida de fidelidad cristiana es que somos propensos a volvernos moralizadores amargados, hermanos mayores del hijo pródigo, airados y celosos de la supergenerosa misericordia de Dios, amargados de que las personas que se descarrían y se pierden puedan acceder tan fácilmente a la mesa del banquete celestial.
El poder de Dios como impotencia
El novelista y ensayista francés Léon Bloy hizo una vez este comentario sobre el poder de Dios en nuestro mundo: “Parece que Dios se ha condenado hasta el fin de los tiempos a no ejercer ningún derecho inmediato de amo sobre criado ni de rey sobre súbdito. Podemos hacer lo que queremos. Él se defenderá sólo por su paciencia y su belleza”.
Acedia y Sabbat
Los primeros monjes cristianos creían en algo que llamaban Acedia. Más coloquialmente, lo llamaban El diablo de mediodía, un nombre que describe esencialmente el concepto.