Recuerdo una Pascua que hicimos los de mi grupo juvenil en mi parroquia natal. Una cosa es hablarle a los lejanos, y otra, a los vecinos. Es difícil ser profeta en tu
tierra, está claro. Porque te conocen y no es fácil engañarlos.

Recuerdo una Pascua que hicimos los de mi grupo juvenil en mi parroquia natal. Una cosa es hablarle a los lejanos, y otra, a los vecinos. Es difícil ser profeta en tu
tierra, está claro. Porque te conocen y no es fácil engañarlos.
Hay textos evangélicos que nos suenan demasiado. El caso de la parábola de hoy, la del padre misericordioso es uno de ellos. Como en una película que hemos visto
muchas veces, vemos desfilar las escenas y los personajes por la pantalla de nuestra mente.
Es una buena pregunta. Criticamos y nos espantamos de lo malos que eran los labradores. Asesinos. Pero tontos no eran. Entendieron que las palabras de Jesús iban dirigidas a ellos. Y, además, eran prudentes. No atacaron a Jesús, por miedo a la gente.
Esta parábola de los cinco hermanos nos recuerda lo simples que pueden ser las cosas. No cuesta nada hacer el bien a los demás. Pero, para eso, hay que estar
atento. Si vives solo para ti, no te das cuenta de lo que pasa cerca de ti.
A los Discípulos les pasaba lo que a nosotros. Tanto tiempo con Jesús, y no le conocían. No entendían nada. Eso del servicio, debían pensar, no iba con ellos. A lo suyo. Yo más que tú. Quítate tú para ponerme yo.
Decir y hacer. El eterno dilema. Todos tenemos muy buenas intenciones, como, por ejemplo, a principio de año, pero el tiempo pronto nos recuerda lo inconstantes que somos. También en Cuaresma se pueden hacer propósitos, todos muy buenos.
Lo dice el mismo Jesús. Ahí queda eso. A nosotros, a los que nos cuesta tanto aceptar lo que nos dicen, que pensamos que no nacimos ayer, y que ya sabemos lo
que hay que hacer. Jesús no hacía más que transmitir lo que había visto hacer al Padre, lo que el Padre le pedía.
No es fácil, a veces, andar. Si te mueves, se te ve y llamas la atención. El paralítico de hoy vivía feliz, prostrado al lado de la piscina. Viene Jesús, lo sana, y le interrogan las altas autoridades eclesiásticas. Casi nada. Menudo susto.
En el camino de la Cuaresma, nos encontramos con san José. Como en Navidad, discretamente, pero con una presencia decisiva: ser el defensor del niño Jesús. Al
lado de María, intentando siempre cumplir la voluntad de Dios cada día.
Dos formas de entender la vida. Desde luego, en principio sabemos la que está bien y la que está peor. No hay que creerse que eres alguien, porque más dura será la caída, cuando falles. Y a mí me parece que éste puede ser el pecado de la gente de Misa.
No sé si el escriba comprendió lo que Jesús le acababa de decir. Imaginamos que, al hacer la pregunta, tenía un interés real. Otras veces nos dicen que querían tender
una trampa a Jesús. En esta ocasión, no.