En una película de la década de 1990, City Slikers (“Cowboys de ciudad”), hay una escena que emite luz sobre la importancia de la integridad privada. Tres hombres, neoyorquinos, grandes amigos, se han marchado juntos, durante un verano, a montar una manada de ganado con la esperanza de que esta experiencia les ayude a eludir sus respectivos problemas de la edad madura.
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En el exilio
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Viene y va
Rumi, el poeta persa y místico sufí del siglo XIII, dijo una vez que así es cómo la fe se mueve en nuestras vidas: Vivimos con un profundo secreto que a veces conocemos, luego no, y después conocemos de nuevo.
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Rezar por los débiles y los fuertes
Cuando Jesús instituyó la Eucaristía en la Última Cena, alzó el pan y el vino como dos elementos en los que hacerse especialmente presente entre nosotros. Desde entonces, hace ya más de 2000 años, los cristianos que celebramos la Eucaristía utilizamos las mismas dos cosas, el pan y el vino, para pedir a Cristo que bendiga este mundo y traiga a nuestro mundo la presencia especial de Dios. ¿Por qué dos elementos? ¿Por qué pan y vino? ¿Qué realidad representa cada uno?
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No hay ciudad permanente
La Escritura nos dice que en esta vida no tenemos ciudad duradera. Es cierto. Pero, al parecer, tampoco tenemos una casa, una escuela, un vecindario, un pueblo, una dirección con código postal, ni casi nada que sea duradero. Al final, nada dura.
La terapia de una vida pública
Hace más de cincuenta años, Philip Rieff escribió un libro titulado The Triumph of the Therapeutic (“El triunfo de lo terapéutico”). En él debatió que la amplia confianza en la terapia privada ascendió entonces en gran medida en el mundo secularizado porque la comunidad se había descompuesto.
Ortodoxia generosa
Existe un dicho atribuido a Atila el Huno, caudillo del siglo V, infame por su crueldad, que reza de este modo: Para que yo sea feliz, no sólo importa tener éxito; importa también que todos los demás fallen. Sospecho que Atila el Huno no fue el autor de ese dicho; pero no importa, eso nos da una lección.
Amor más allá de la muerte
Gilbert K. Chesterton declaró una vez que el Cristianismo es la única democracia donde aun los muertos logran votar. A la luz de eso, cuento dos historias. Un psicólogo, en una conferencia a la que asistí una vez, contó esta historia: Una mujer vino a verle en considerable necesidad de ayuda. Su inquietud tenía que ver con la última conversación que había mantenido con su marido antes de que este muriera.
El poder de las palabras
Las palabras nos proporcionan el significado. No podemos hacer ni rehacer la realidad, pero las palabras que elegimos para designar nuestra realidad pueden arrancarnos del hastío de la experiencia diaria.
Malos pensamientos
Alguien se mofó una vez de que pasamos la primera mitad de nuestras vidas luchando con el sexto mandamiento –No cometerás adulterio- y la segunda mitad, luchando con el quinto –¡No matarás!-. Aquí hay una verdad digna de examinar.
Un género más sutil de pobreza
Hay diferentes maneras de ser excluido en la vida. A comienzos de este año, murió uno de mis hermanos mayores. Por todos indicios, había llevado una vida ejemplar, entregada principalmente a los demás. Murió muy amado por todos los que lo conocieron. La suya fue una vida dedicada a la familia, la iglesia, la comunidad y los amigos.
Nuestro estilo de vida y nuestro superexplotado planeta
En un libro, The Book of Hope (El libro de la esperanza), en el que Douglas Abrams compartió autoría con Jane Goodwall, el autor hace esta declaración: Crear la raza humana quizá sea el más craso error realizado jamás por la evolución. Dice esto irónicamente, ya que reconoce que la aparición de la raza humana fue claramente proyectada por el proceso evolutivo y que, más bien que ser un error colosal, es la cima del proceso.