María es madre. Es La Madre por excelencia. Y esto la conviene en la intercesora por excelencia, aquella a quien nos dirigimos deforma espontánea mientras se desgrana en nuestros labios una petición de ayuda, de consuelo, de luz para nuestras vidas, sin
AMAS la luz que el manso mar eleva al cielo sin cesar en prodigiosa desnuda redondez.
María sólo puede aparecer como madre allí donde la Iglesia resume y rehace el camino de Jesús, como espacio en que se ofrece el reino al conjunto de los hombres, en palabra de misión y en gesto de acogida abierta para todos.
Hay unas palabras de Jesús que parecen estar dirigidas a los hombres y mujeres de nuestra generación: «Buscad y encontraréis …porque todo el que busca encuentra» (Mt 7.7-8).
El exceso de información, la falta de silencio, la excesiva cercanía a los acontecimientos, nos impide descubrir su sentido y, en consecuencia, elaborar respuestas creativas que nos ayuden a conducirnos de una manera más humana y satisfactoria.
Os invito a adentrarnos en esas hermosas fantasías marianas, que no son ensoñaciones sino formas atrevidas de presentarnos al Dios verdadero y su designio sobre el mundo.
¿Qué sucedía en el hogar de María y José? ¿Qué rasgos tenían sus relaciones interpersonales? ¿Qué los unía?
Contemplemos los aspectos de esta maternidad, la más intensa y compleja relación que vivirá la madre de Jesús.
El amor de María, extraordinario, hace de la renuncia una bandera a seguir e imitar.
Jesús honraba a su Madre y en los Evangelios hay ejemplos de ello.
Y es que Cana no significa sólo la realización de un prodigio, sino el cumplimiento de un «signo»