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Si la maternidad de María respecto de los hombres ya había sido delineada preceden temente, ahora junto a la cruz es precisada y establecida claramente; ella emerge de la definitiva maduración del misterio pascual del Redentor. La madre de Cristo, encontrándose en el campo directo de este misterio que abarca a todo hombre, es entregada al hombre —a cada uno y a todos— como madre (RM, 23).
Jesucristo con su muerte redentora vence el mal del pecado y de la muerte en sus mismas raíces; así se cumple la promesa con tenida en el protoevangelio: la estirpe de la mujer pisará la cabeza de la serpiente (Gn 3, 15). Es significativo que al dirigirse Jesús a la madre desde lo alto de la cruz, la llame mujer y le diga: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (RM, 24).
Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la cruz significan que la maternidad de su madre encuentra una "nueva" continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia, simbolizada y representada por Juan… La santa Madre de Dios, por medio de la Iglesia, permanece en el misterio de Cristo como la «mujer» indicada por el libro del Génesis (RM, 24).
Al comienzo del camino de la Iglesia, María está presente. La vemos en medio de los apóstoles en el cenáculo «implorando con sus ruegos el don del Espíritu»… Aquel primer núcleo de creyentes… era consciente de que Jesús era el hijo de María y que ella era su madre y, como tal,… un testigo singular del misterio de Jesús (RM, 26).
En la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es María. En ambos casos su presencia discreta, pero esencial, indica el camino del nacimiento del Espíritu (RM, 24).