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María, par su mediación subordinada a la del Redentor, contribuye de manera especial a la unión de la Iglesia peregrina en la tierra con la realidad escatológica y celestial de la comunión de los santos, habiendo sido ya asunta a los cielos (RM, 41).
Cuando Isabel saludó a la joven pariente que llegaba de Nazaret, María respondió con el Magníficat. Lo que en el momento de la anunciación permanecía oculto en la profundidad de la obediencia de la fe ahora se maníficat esta como una llama del espíritu, clara y vivificante. Las palabras usadas por María en el umbral de la casa de Isabel constituyen una inspirada profesión de su fe… en ellas se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón (RM, 36).
María es la primera en participar de esta nueva revelación de Dios y, a través de ella, de esta nueva autodonación de Dios. Por eso proclama: «Ha hecho obras grandes por mi; su nombre es santo». María es consciente de que en ella se realiza la promesa (RM, 36).
El amor preferencial de Dios por los pobres está inscrito admirablemente en el Magníficat de María… María está profundamente impregnada del espíritu de los pobres de Yahweh, que en la oración de las salmos esperaban de Dios su salvación, poniendo en él toda su confianza La Iglesia, acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magníficat, renueva cada vez mejoren si la conciencia de su amor preferencial por los pobres y los humildes (RM, 37)
El primer momento de la sumisión de María a la única mediación entre Dios y los hombres, la de Jesucristo, es la aceptación de la maternidad por parte de la Virgen de Nazaret… La maternidad de María, impregnada profundamente por la actividad esponsal de la «esclava del Señor», constituye la primera y fundamental dimensión de aquella mediación que la Iglesia confiesa y proclama respecto a ella (RM, 39)