Las tres citas se refieren a Abraham como principio de las generaciones del pueblo de la Alianza. La evocación que hace Jesús del padre en la fe manifiesta la fidelidad de Dios, y el cumplimiento de la palabra dada.
Las tres citas se refieren a Abraham como principio de las generaciones del pueblo de la Alianza. La evocación que hace Jesús del padre en la fe manifiesta la fidelidad de Dios, y el cumplimiento de la palabra dada.
Ante las dificultades, caben diversas reacciones: desde el enojo, al pesimismo; desde el hundimiento a la lucha; desde el derrotismo a la esperanza. Una reacción concorde con la fe es la oración, la relación trascendente con Dios, ante quien se expone la dificultad.
El que cree, aunque parezca que todo se le pone en contra, apuesta por Dios. El que cree, en tiempo de intemperie, no hace chantaje con la confesión de su fe, y se atreve a fiarse de Dios.
La Iglesia nos prepara para afrontar el mayor reto, la Pasión del Señor, y lo hace trayendo ante nuestros ojos el poder de Dios, creador de la vida. El muro de la muerte aparece insuperable a los ojos humanos, pero Dios vence a la muerte.
Estamos siguiendo, día a día, las páginas de las Sagradas Escrituras que se refieren a los acontecimientos de la Pasión del Señor, y sorprendentemente, muchos de los textos propuestos unen unas escenas de confianza con otras de prueba y de sufrimiento.
Cuando en nuestra desobediencia nos aferramos a nuestra voluntad, solemos justificar nuestra obstinación afirmando que Dios es terrible.
Quizá tú también, como el pueblo de Israel en tiempos del exilio, tengas la sensación de que Dios te ha olvidado, o que no responde a tus súplicas. Si es así, escucha la palabra del profeta y da fe a lo que te dice Dios, que se muestra con una solicitud inimaginable: “Sión decía: "Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado."
La pedagogía de la Iglesia se deja sentir en la selección de los textos litúrgicos que se comienzan a proclamar en la cuarta semana de Cuaresma, en la que se nos ofrece la lectura del evangelio de san Juan, como referencia continua hasta la Pascua.
Es fácil descubrir la concurrencia que hoy se da en las lecturas. En el primer texto contemplamos el agua que mana del santuario, del lado derecho: “Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho” (Ez 47, 2). El salmista alude al correr de las acequias, que alegra la ciudad de Dios (Sal 45). Y la escena evangélica se sitúa junto a la piscina probática.
La Palabra nos invita, en la mitad del camino cuaresmal, a acrecentar la esperanza, porque es posible recuperar el santuario de nuestro corazón, de manera semejante a como aconteció en tiempos del exilio. “El Señor, el Dios de los cielos, me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él y suba!» (2 Cró 36, 22-23).
Es natural que deseemos adquirir el título por el que sentirnos justificados, como si eso se consiguiera por nuestros méritos y no por concesión de Dios, por su gracia. Pero debemos ser conscientes de la gratuidad, que no hemos merecido, que ha tenido el Creador con nosotros al darnos la vida y al redimirnos del pecado.